lunes, 25 de junio de 2012

Retos de la transición en Túnez

El jueves 28 de junio, Casa Árabe organiza en Madrid la conferencia "Retos de la transición y de la reforma constitucional en Túnez. La Tribuna, que tendrá lugar a las 19:30 horas en el Auditorio de Casa Árabe en Madrid, correrá a cargo de Mohamed Elarbi Fadhel Moussa, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Cartago y presidente de la Comisión de Justicia Constitucional de la Asamblea Constituyente Tunecina; quien estará acompañado por Eduardo López Busquets, director general de Casa Árabe; Ignacio Ybáñez Rubio; director general para el Magreb, África, Mediterráneo y Oriente Próximo; y M’Hamed Chelaifa, embajador de Túnez en España.




Las movilizaciones populares que provocaron la caída del presidente Ben Alí fueron el primer referente de los procesos de cambio en el mundo árabe. Túnez sirvió de ejemplo para otros países pero su proceso de transición ha sido único y singular, entre otros motivos por el papel jugado por la oposición política y social, que se impuso como actor relevante desde los primeros momentos de la transición. Otro factor relevante en el proceso tunecino ha sido la elección de una asamblea constituyente que ha facilitado la apertura hacia un cambio radical del sistema político.



Esta conferencia se enmarca en la línea de análisis sociopolítico que Casa Árabe viene realizando sobre las transiciones políticas en los países árabes y que hasta la fecha ha incluido la organización de diversas conferencias y mesas redondas, con la participación de diferentes especialistas que han examinado los procesos electorales y los panoramas políticos derivados de éstos.
 
Publicado en Casa árabe
¿Qué significa que Mohamed Morsi sea el nuevo presidente de Egipto? Que el mundo árabe de verdad ha cambiado. Se puede no compartir el ideario islamista, criticar el historial de los Hermanos Musulmanes, desconfiar de sus líderes e incluso lamentar la gran popularidad de la agrupación. Podemos desear una revolución distinta, pero que Morsi sea el nuevo presidente egipcio es en sí mismo revolucionario.




Revolucionario para Egipto, revolucionario para el mundo árabe en general y revolucionario para los propios Hermanos Musulmanes. Gestionar tanta revolución no será fácil. Los Hermanos Musulmanes van a tener que resetear una trayectoria política de más de 80 años. Desde su fundación, han vivido en el claroscuro, tanto en tiempos revolucionarios (acompañaron a Nasser en 1952) como contrarrevolucionarios (fueron aliados de Sadat en los años setenta). La relación que mantuvieron con el régimen de Mubarak fue sobremanera ambigua. De complicidad en la reislamización de la superficie social, con mezquitas abarrotadas y morigeración en el vestir. De oclusión y represión en términos de participación política. Hoy la historia la van a escribir directamente ellos. Lo que hagan es una incógnita, y merece, cuando menos, el beneficio de la duda. Lo que no se les puede negar es su legitimidad democrática. La que nunca antes tuvo ningún presidente egipcio, por muy popular que fuera.



Esta victoria es un triunfo revolucionario también para las primaveras árabes. Con Túnez se inició el camino hacia el cambio posible, pero era preciso el empuje egipcio. Y no solo por el peso histórico, geopolítico o demográfico del país, sino sobre todo por el peso simbólico de Tahrir. Con esta plaza respira entrecortadamente el mundo árabe. Lo que une a toda una generación de árabes indignados es su rabia. Tienen menos de 40 años y no han conocido más que despotismo político y depredación económica. Tienen muy poco y reclaman lo mínimo: dignidad y justicia. Pero es demasiado para la colección de autócratas garantes de la estabilidad regional. La demanda de cambio democrático y pacífico está, hoy por hoy, por encima de ideologías islamistas o secularistas, y en ello viene residiendo su potencial revolucionario.



El nuevo tiempo egipcio tendrá que despejar muchas incógnitas. No es la menos importante la relación entre Hermanos Musulmanes y militares. Lo sucedido en este último año no da para mucho optimismo. Los hermanos en la presidencia y la Junta Militar haciendo de Parlamento es una entente peligrosa: nada peor que un mutuo contento. Es de prever que la presión de la calle acabe por forzar el cambio verdadero, todavía embrionario. Muchos egipcios han votado por Shafiq, por la continuidad; unos pocos más lo han hecho por Morsi, por el cambio; y la gran mayoría no ha votado. Hay que confiar en la capacidad del pueblo egipcio para encontrar la salida del laberinto regimencialista, del que también tienen que salir los Hermanos Musulmanes. En ello va a consistir la siguiente etapa de la revolución.



Luz Gómez García es profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid; en la actualidad es visiting scholar en la Universidad de Columbia en Nueva York.

Publicado en El País