lunes, 26 de octubre de 2015

El feminismo islámico no existe

«El feminismo islámico no existe»
 
Transcribo una entrevista que le hicieron a Wassyla Tamzali en el periódico ABC el 27 de marzo del 2011 y ahora quiero recuperar aquí:

La veterana luchadora por los derechos de las mujeres, tras la entrevista el pasado miércoles en Barcelona
La argelina Wassyla Tamzali es partidaria de llamar a las cosas por su nombre. En «El burka como excusa» (Saga editorial) Tamzali aconseja a nuestros dirigentes que aborden el problema más allá de la coyuntura política.Veterana luchadora por los derechos de las mujeres, le indigna ver cómo el Gobierno español frenó la prohibición de «ese sudario» porque identificaba la iniciativa con la derecha.
—¿El burka no es musulmán?
—Definitivamente, no. En los países musulmanes es pre-islámico y su práctica está delimitada: península arábiga, Afganistán, sur de Irán... El burka no tiene nada que ver, por ejemplo, con la población bereber del Magreb: las mujeres bereberes no llevan velo.
—¿Ni un símbolo religioso?
—No es un símbolo religioso. No existe ningún pasaje del Corán que hable del burka: supone, pura y simplemente, un símbolo de dominación. Una forma de terrorismo intelectual, religioso y moral contra la libertad de las mujeres.
—Hay quien habla de «feminismo islámico».
—El «feminismo islámico» es un oxímoron, una impostura que se ha infiltrado no sólo en las universidades, sino en organismos internacionales como la Unesco. Las instituciones europeas dedicadas al diálogo con los países del sur del Mediterráneo también han escogido el llamado «feminismo islámico». En España ya se conocen las posiciones ambiguas de la Casa Árabe, y ahora hay que añadir la de la Casa del Mediterráneo de Alicante. No nos engañemos. El feminismo es una ideología de liberación y el islam es de obediencia.
—Afirma que la izquierda no se enfrenta al burka...
—El discurso de la izquierda no deja de sorprenderme. Soy consciente de que hay que controlar la islamofobia de la ultraderecha, pero las respuestas de políticos, intelectuales y feministas de izquierda son inaceptables, erróneas. El pensamiento posmoderno ya no aspira a transformar el mundo, lo acepta tal como es y afirma que el universalismo es europeo y no se debe imponer a otras culturas. La izquierda es incapaz de formular una moral: todo le parece tolerable... La barbarie del burka no hace callar a los corifeos del culturalismo.
—Presentan el velo como un acto de libertad religiosa...
—Si discutes el velo te adscriben a la derecha: no se lo cuestionan porque su idea de libertad se funda en la voluntad subjetiva.
—¿Cómo ve las revueltas en el mundo árabe?
—En esas revueltas nadie ha escuchado eslóganes antioccidentales, ni antiisraelíes, ni proclamas islámicas. Por primera vez, desde la independencia, los pueblos árabes ponen la Historia en marcha. Con la descolonización, la Historia quedó frenada con las dictaduras militares de Siria, Egipto o Argelia.
—Gadafi asegura luchar contra Al Qaida.
—También decían que eran el freno contra el islamismo y por eso los apoyaba Occidente. No se lo crea. Totalitarismo e islamismo se retroalimentan.
—Muchos historiadores sugieren que el islam no ha vivido una Reforma como el catolicismo. ¿Los cambios políticos pueden ayudar?
—El catolicismo se reformó cuando cambiaron los sistemas políticos. La caída del absolutismo abrió las puertas a la reforma religiosa. Este cambio político, si se produce, comportará una reforma en la religión musulmana.
—Dice que muchos musulmanes ya no se reconocen en el islam...
—Si los católicos no se identifican con la Inquisición es lógico que algunos musulmanes no crean en un islam absolutista.
—Quienes no se oponen al burka argumentan que es un fenómeno minoritario, que prohibirlo provocaría un efecto rebote entre los musulmanes más antioccidentales...
—De los musulmanes integrados en la vida democrática no se habla. Es un islam silencioso, mientras que el islam violento acapara los medios. Cuando hablamos de burka nos referimos a un símbolo, no a una simple prenda de lino.
—¿Y la Alianza de Civilizaciones?
—La izquierda española se ha hecho adepta del relativismo cultural. La Alianza de Civilizaciones es un «gadget» político, la respuesta al Choque de Culturas. Si el Choque dividía el mundo entre buenos y malos, la Alianza lo subdividía en civilizaciones múltiples que había que respetar. Acaban en lo mismo: explotar las diferencias.
—Supongamos que los países árabes alcanzan la democracia. ¿Qué hacemos si, como sucedió en Argelia, un partido islamista gana las elecciones?
—El peligro islámico en Argelia ha pasado y no creo que Egipto o Túnez salgan de una dictadura para caer en otra. El peligro es que los militares que controlan aún el poder, como en Egipto, se aliaran con los Hermanos Musulmanes. Llegar a un acuerdo resulta fácil entre quienes no creen en la democracia.

Por SERGI DORIA Foto: INÉS BAUCELLS

jueves, 15 de octubre de 2015

Y las mujeres salieron del harén

Publicado en Babelia por Luz Gómez GarcíaIlustración de Kay Nielsen para 'Las mil y una noches'.

Hace décadas que las mujeres del llamado “mundo islámico” salieron del harén en el que el imaginario occidental las hacía presas. La lucha por la independencia y la construcción de los nuevos Estados-nación necesitó de su participación, si bien casi siempre fue manipulada en el intento de perpetuar un régimen patriarcal milenario. Sin embargo, una vez puesto el pie en la tribuna, ya no había marcha atrás.
El mundo poscolonial de la segunda mitad del siglo XX acentuó el contraste entre la renqueante marcha política y económica y los rápidos cambios sociales y culturales del enorme arco de países que va de Marruecos a Indonesia. La urbanización galopante, la elevación general del nivel educativo y el aumento de la esperanza de vida dieron forma a una transición demográfica sentida en muchas ocasiones como dramática. El espacio de la religión en la vida pública y los roles de género se convirtieron en los temas por excelencia para el debate intelectual y la radicalización de posiciones, tanto entre religiosos y seculares en el interior de las sociedades musulmanas como en el discurso sobre éstas desde fuera. Traducido todo ello en los términos posmodernos de búsqueda de una supuesta identidad islámica, la “cuestión de la mujer” devino piedra de toque de lo islámico. Poco importa que el verdadero islam, como ha explicado el filósofo iraní Abdolkarim Soroush, sea incognoscible y, por lo tanto, inevitable la pluralidad en sus interpretaciones. O lo que es lo mismo para este caso: que haya tantas mujeres en el islam como islames sobre la mujer. El 11-S y la “guerra contra el terrorismo” han incidido aún más en lo que podríamos denominar la sobredeterminación del islam por la cuestión femenina. Es un asunto que ha estudiado bien la antropóloga palestino-estadounidense Lila Abu-Lughod, muy crítica con la cruzada moral que ha emprendido el mundo para salvar a las mujeres musulmanas (Do muslim women need saving?, Harvard University Press, 2013).
Hay tantas mujeres
en el islam como
islames sobre la mujer
La construcción del mito de Sherezade a partir de la adaptación burguesa de Las mil y una noches es el mejor ejemplo del viaje de las ideas en esta materia. Pero la realidad, como siempre, lo matiza todo. Por un lado, es cierto que existe una innegable desigualdad de género que caracteriza de forma general al conjunto de las sociedades musulmanas. Por otro, la imagen popular de las mujeres oprimidas víctimas del islam choca con la conciencia compleja que ellas tienen del contraste entre lo propio y lo ajeno, y las decisiones que toman al respecto.
Las literaturas árabe, persa o turca modernas —culturas todas ellas fuertemente impregnadas por el islam, pero no solo— han producido un sinfín de obras, sobre todo de narrativa, en que las escritoras dan cuenta de esta experiencia.
Más de un siglo de literatura escrita (y publicada) por mujeres da para un largo recorrido en el que, por encima de la evolución cronológica, destaca la sobreposición de planteamientos. Los folletines y los best sellers sensacionalistas son demasiado habituales, pero abren a la vez el camino comercial a otras obras literariamente más sofisticadas. La insatisfacción vital, la rebeldía social o la desilusión política marcan buena parte de la creación literaria más actual de sirias, iraníes o marroquíes, pues por encima de barreras nacionales, lingüísticas o religiosas, su geografía compartida es la de la pobreza, el autoritarismo y, con frecuencia, el exilio. En esta línea se mueve la libanesa de ascendencia cristiana Joumana Haddad, que ha hecho de la provocación en torno a la sexualidad razón de ser de su escritura. El título de su último libro lo expresa bien: Supermán es árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos (Vaso Roto, 2014).
El espacio de la religión
en la vida pública y los roles de género se convirtieron en los
temas por excelencia
Con todo, muchas autoras insisten en rebajar la importancia de las cuestiones de género. Confían, además, en la universalidad de sus referentes literarios, y contraponen su conocimiento sin traumas de la literatura occidental a la fascinación o el miedo con que se acercaban a ella las generaciones anteriores. Así lo manifiestan, entre otras, Miral al Tahawi, Saher al Mugi y May Tilmisani, tres narradoras egipcias de la generación posmahfuzí, o la iraní Azar Nafisi, autora del muy conocido Leer Lolita en Teherán (Quinteto, 2010). Otra iraní, Parinoush Saniee, da por superadas en El libro de mi destino cuestiones metaliterarias para trazar un fresco de la convulsa historia de Irán en los últimos cuarenta años. La ambición de Saniee no se centra en el retrato de un mundo de mujeres, sino que se lanza a la crítica de toda la sociedad, que no sale muy bien parada: la hipocresía del Irán posrevolucionario lo impregna todo.
Pero incluso desde finales del siglo XIX, cuando todavía la mayoría de las escritoras estaban en el harén, la literatura de las mujeres musulmanas ha puesto en entredicho la asunción posilustrada de que visibilidad y voz públicas son marcadores indiscutibles de la subjetividad. Es más, sus autobiografías y memorias relativizan la noción misma de subjetividad como elemento constitutivo de la emancipación y de la creatividad. En este sentido, la india Ismat Chughtai, la autora en urdu más destacada del siglo XX, cuenta en su autobiografía (recientemente traducida al inglés: A life in words, Penguin Modern Classics, 2013) cómo la empatía, la oralidad y la polifonía de las sesiones familiares de cuentacuentos, todo ello lejos del “cuarto propio” de Virginia Woolf tan eurocéntricamente paradigmático, condicionaron por encima de lo demás su experiencia narrativa. Es algo también característico de numerosas autoras actuales, lo cual les ha servido para emprender experimentos expresivos personales. La egipcia Salwa Bakr en El carro dorado (Txalaparta, 2011) o la libanesa Huda Barakat en El labrador de las aguas (Belacqva, 2007) permiten hacerse una buena idea en español de estas otras formas de contar.